martes, 11 de agosto de 2009

Corbatas.

Llego del trabajo a cocinar para mañana.

Mi gato lanzó al piso mis corbatas y se durmió en ellas.

Me hizo recordar la vez en que aquella chica se durmió con mi camisa puesta... jugamos a seducirnos, le hizo mal el vino y, para que no sintiera frío, la acosté a dormir en su cama, vestida con una camisa mía.

A la mañana siguiente se despertó sintiéndose viva y se vió vestida de mí... y se dió vuelta para besarme en la boca y decirme lo rico que había estado todo la noche anterior. Le hice notar que llevaba puesto el sostén. Y su pantaleta. Se veía con perplejidad: no podía recordar nada y le tuve que explicar.

Le importó poco que hubiera sido un niño tonto, un caballero o un romántico que la contempló mientras dormía su resaca, acariciándole el cabello en la nuca: salió brincando de la cama, se perdió en el baño un rato, salió pegando brinquitos al cuerto de nuevo y me encontró sentado en la cama viendo hacia la ventana.

Desnuda se me plantó en frente. Juro que nunca la había visto más hermosa ni más niña. Reía, pícara, de saberme sorprendido y mudo. Cogió la guitarra, se me sentó al lado y empezó a cantarme una canción que no era más que murmullos acompasando la música.

Era celestial y diabólica. Era una niña y una puta, era pícara y era seria, era tan ella... y me arrebató. Su cama y su cuarto fue un saxofón de gemidos, de preguntas, de silencios y de miradas.

Mi camisa se quedó por 2 semanas en mi casa, oliendo al perfume mío más el de ella en un rincón especial.

Y de ella no guardo más que un suspiro mío a veces, cuando recuerdo que me hizo el nudo de la corbata para que no la soltara, no dejara de abrazarla, mientras seguía colgada a mi cintura.

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